Llevo el tiempo suficiente en el mundo del viaje como saber que, a raíz de todo lo que está pasando, hemos de despedirnos de Irán. Hemos de entonar el hasta pronto con Persia. Al menos durante un tiempo.
Para aquellos que amamos nuestro mundo. A sus gentes, sus territorios y sus culturas. Para aquellos que creemos en el valor de la bandera del humanismo, de poner a las personas en el centro: el inicio de cualquier guerra, y me da totalmente igual el bando, es una tragedia terrible. A esta escala, las pérdidas humanas, de nuestra humanidad, pero también de ideas, de legado, de historia, de cultura y de patrimonio… son un paisaje verdaderamente desolador.
Por ello, esta semana, sin entrar en valoraciones políticas de ningún bando ni signo, quiero que hagamos un repaso de todo lo que la Gran Persia, por un tiempo, va a dejar guardado dentro de sus fronteras. Se por experiencia que, lo más probable, durante un tiempo va a ser complicado visitar Irán. Lo vimos con Siria. Lo vimos con el Líbano, igual que otros muchos países del mundo. Y con mucha tristeza parece que, pese a que no se repite, la historia vuelve a rimar.
Este es un homenaje, no al país de Irán ni a lo que puede representar para unos o para otros, sino a su historia, su gente, su patrimonio y su cultura. Un territorio que ha visto florecer una de las civilizaciones más antiguas del planeta. Un pueblo que, pese a todo, y como siempre volverá.
Breve historia de Persia
Cuando os hablo de la historia de Persia, sobre esa magnitud que os he mencionado, os estoy hablando de un territorio milenario. Y es que estas tierras, formaron parte del que conoció como el creciente fértil, el territorio que vería nacer las primeras culturas agrícolas y las primeras formas de organización política de nuestra especie. En paralelo a Mesopotamia, la tierra del medio, el territorio entre el Tigris y el Eúfrates, la tierra que hoy llamamos Irán ya albergaba vida, ritos y memoria. Ciudades del mundo antiguo como Susa o el reino de Elam. Un lugar donde siglos más tarde surgiría uno de los imperios más grandes y sofisticados de la humanidad: el imperio aqueménida.
Fundado por Ciro el grande, este imperio asombró y maravillo al mundo, no solo por su poder y extensión, sino también por su forma de gobierno, basada en la tolerancia religiosa, el respeto por las culturas conquistadas y por una administración imperial jamás vista hasta el momento. Primero, con Ciro y más tarde con Dario I, Persia se extendía desde el Mar Egeo, en el límite de la Grecia clásica, hasta el Indo, una de las grandes fronteras del mundo antiguo. Su capital, Persépolis, no solo era una ciudad. Fue todo un símbolo, una parte de nuestra historia grabada en piedra y convertida en uno de los complejos ceremoniales humanos más impresionantes de mundo. Todo un ejemplo de la idea persa de que el emperador no era un simple conquistador, sino más bien un garante del equilibrio y el respeto entre los pueblos.
Una idea que quizá, hoy más que nunca, haga falta recordarnos.
Este legado, y esta idea de unión de pueblos, será lo que Alejandro recibiría en sus conquistas. Pese a que sería el macedonio quien incendiaría y destruiría Persépolis, y pese a que había sido educado por el mismísimo Arístóteles en la idea de la superioridad cultural griega frente a los pueblos bárbaros, Alejandro, en la gestión de su imperio heredó de los persas esa idea de unión, de una sola cultura humana.
Tras al periodo helenístico, llegarían a estas tierras los partos y más tarde los sasánidas, que levantarían la legendaria ciudad de Ctsifonte, a orillas del río Tigris, una urbe que rivalizaría en sofisticación y poder, con la mismísima Roma. Fue esta una época de esplendor, no solo en lo imperial, sino también cuanto a expresión artística y resurgimiento espiritual.
El zoroastrismo, la religión ancestral de los persas, alcanzó aquí su máxima expresión, una cosmovisión donde el bien y el mal libran una batalla eterna. Y donde su dios, Ahura Mazda, representaba el orden divino. En Yazd, lugares como las Torres del Silencio y Templo del fuego, siguen dando vigencia a la importancia e impacto que tuvo en toda Asia esta antigua religión.
Será a partir del siglo VII, tras la expansión árabe, que el islam llegaría a Persia, transformando su territorio y sus gentes para siempre. Hemos de entender, que la transición hacia una Persia islámica fue justamente eso, una transición y no una ruptura. Aunque el zoroastrismo quedó reducido a una minoría, el alma persa, la esencia de esta cultura, se mantuvo intacta, junto a unas nuevas creencias. De hecho, durante los siglos siguientes, Persia se convertiría en uno de los centros intelectuales del islam.
Tendremos que avanzar ya hasta el siglo XX, para entender todos los cambios que sucedieron hasta llegar al Irán de hoy. La que se conoció como la Revolución Constitucional de 1906, empezó por primera vez a cambiar la estructura política del país, con la creación de un parlamento y también de la primera carta magna.
El que se coronaría como Reza Shah Pahlaví, hizo entrar a Persia en una nueva fase de su historia, marcada por una modernización forzada a todos los niveles, tanto del estado y de sus estructuras como de su sociedad. Inspirado por modelos occidentales, impulsó el desarrollo de infraestructuras, la centralización del poder, la educación laica y la secularización del Estado. Unas políticas que su hijo, Mohammad Reza Shah continuaría, bajo la influencia de las potencias extranjeras.
Mientras que las élites adoptaban un estilo de vida occidental, tanto en vestimenta, valores o bienes consumo, las clases populares percibían una desconexión, una pérdida de valores, de sus raíces, de su identidad nacional. Y es que esto es importante de entender: pese a que la religión no fue el único factor que llevaría a la ruptura de la Revolución islámica del 79, ésta se había convertido en el canal para articular todo el malestar colectivo que habían causado las reformas.
Liderada por el ayatollah Ruhollah Jomeiní, que durante años había predicado mensajes de resistencia desde el exilio en París, la revolución cristalizó con su regreso y la huida de la vieja monarquía, que fue substituida por el nuevo orden político y social, que imperará hasta nuestros días: la República islámica. Irán no solo cambiaba de régimen; cambiaba su modo de estar en el mundo, trazando una ruptura profunda con Occidente y sus modelos, y abrazando la ley islámica y el Corán, como valores articuladores de todos los aspectos de la vida del país y sus ciudadanos.
Después de más de 40 años, todo indica que el pueblo de Irán se encuentra desde hace unos años en una nueva fase de cambio. Pese a las bases de este movimiento, sectores progresistas, los más jóvenes, y sobre todo las mujeres, reclaman una nueva mirada al futuro, tanto en derechos como en desarrollo. Movimientos que desafían, como pasó hace 40 años, al poder establecido, y que muy posiblemente marcarán el devenir de los próximos años de este pueblo.
“No vayáis a Irán”
Pero, como os decía al principio del post, por los últimos acontecimientos de este 2025, parece que indican que vamos a estar, por desgracia, un tiempo sin poder visitar Irán, sin explorar Persia. Un país que, como habréis podido deducir por su historia, contiene un patrimonio brutal, y una cultura y un pueblo que, creedme, vale la pena conocer.
Su corazón, su capital, Teherán se nos presenta como una ciudad viva y contradictoria: moderna, caótica, gris en apariencia pero profundamente humana. Entre avenidas llenas de gente y montañas al fondo, la capital ofrece una ventana al Irán contemporáneo.
Muy cerca, aunque cambiando de registro, encontramos la ciudad de Qom, centro espiritual del chiismo, un lugar cargado de misticismo y solemnidad. La ciudad, con sus madrazas y el imponente santuario de Fátima Ma'suma, nos enseña el alma religiosa de un país donde la fe y la religión siguen muy presentes en la vida diaria de sus ciudadanos.
También tenemos que hablar de Shiraz, por supuesto. La ciudad de la letras y los jardines. Cuna de los poetas más importantes de la historia persa, Shiraz es ciudad de tumbas y versos, de delicadeza y una belleza escondida en todos y cada uno de sus rincones.
A pocos kilómetros, en medio del desierto, se alzan las ruinas de Persépolis, intactas desde la destrucción de la ciudad por Alejandro. Puede que por mi debilidad por la historia antigua, pero este seguramente sea uno de los puntos centrales de cualquier viaje a Irán. Una mirada al pasado de una de las grandes civilizaciones de nuestra historia. Un lugar ideal para entender la grandeza, la magnitud de toda la historia de la que os he hablado.
Podría extenderme mucho más, pero quiero acabar con dos lugares más muy concretos. Por un lado, Yazd, la ciudad del adobe y el viento, el lugar donde, como os decía, se conservan los últimos vestigios del zoroastrismo: el templo del fuego, las torres del silencio y una arquitectura que parece pensada para perdurar, para trascender a sus propios creadores.
Por último y para acabar, Isfahán, la joya del viaje y, para mi, el lugar que resume todo lo que hemos hablado: poder, belleza, espiritualidad y arte. La plaza Naqsh-e Jahan, una de las más grandes y bonitas del mundo, es una como un cuadro decorado con colores, arquitectura y fuentes, uno de los lugares más llenos de vida de la ciudad, y una parada ideal para tomarle el pulso a su día a día.
Creedme cuando os digo que visitar Irán, explorar Persia, es conocer una de las grandes civilizaciones de nuestra especie. Un pueblo que ha ido evolucionando, y sigue haciéndolo hasta nuestros días, y que en su interior guarda lugares que nos hablan de épocas pasadas.
De otras maneras de ver el mundo y la existencia.